Vacaciones en Mancora cap VI
Vacaciones en Mancora
Capitulo VI
Yo soy como soy
Un día mientras trabajaba como practicante del Banco Wiesse,
Malena se acercó a la oficina donde estábamos mi jefe Javier y yo conversando
de unos asuntos de la cartera de clientes de nuestro sector. Malena miró a
Javier y sonriéndole le dijo:
—Vas a ir a la reunión este jueves, están todos invitados a
la casa de Hugo, mi jefe —volteó hacia mí—, tú también estás invitado.
No le dije nada, ni asentí con la cabeza, sólo la miré
fijamente. Ante mi indiferencia bajó ligeramente la cabeza, pero todavía
mirándome, esta vez coquetamente dijo:
—Tú eres el único en el departamento que no me quiere.
—No es así —dije yo—, es que soy así y no suelo entrar en
confianza con gente que no conozco —mentí.
Malena era también practicante de Banca Empresarial. Todo el
mundo la conocía en el banco no solamente por su metro setenta y seis de
estatura sino por su forma de vestir y menearse. No pongo en duda que era inteligente, es más,
para mantener a todo el banco cautivo y prácticamente a sus pies debía tener
alguna estrategia muy bien pensada. El hecho que no la conociera personalmente
no implicaba que no pudiera entablar una conversación con ella, la mayoría de
los hombres la abordaba abiertamente de la misma manera que ella los
interrumpía en sus oficinas abruptamente. Mientras a mí me costaba mucho lograr
unos trámites con los demás sectoristas, a ella no le costaba nada, le bastaba
con pararse en la puerta para que la atendieran inmediatamente. Tenía el pelo
lacio hasta un poco más abajo de los hombros, los ojos marrones, nariz
perfilada y labios carnosos. Llevaba puesta siempre una camisa sedosa de solapa
ancha y minifalda, mayas y tacones altos, sin duda era una chica atractiva. Mi
indiferencia nacía por el hecho de que mostraba cierta vanidad al tratar con la
gente, me daba la sensación que esperaba de todos un trato especial, su actitud
parecía exigir ser la reina de la fiesta y eso a mí me caía muy mal.
—Siempre andas todo serio —me dijo otra vez como
reprochándome y al mismo tiempo queriendo atraer una conversación.
—De repente todavía no has conocido a alguien como yo, por
eso es que no entiendes —no quise ser rudo, me salió naturalmente.
Vi en los ojos de
Malena una reacción diminuta, esta vez no sonrió, pensó en milésimas de segundo,
y siguió hablando. Se quedó un rato más conversando con Javier de la
organización de la reunión en la casa de Hugo y luego se fue.
Aquella misma
tarde fui a comer solo al restaurante de comida rápida que quedaba en una de
las esquinas de la plaza de armas, a la altura de la avenida Cuzco. Sí, en la
misma plaza de armas o plaza mayor donde se erguía monumental la figura de
Hernán Cortes sobre su caballo negro, sí, de Hernán Cortes porque aquella
escultura jamás fue la de Francisco Pizarro, aquel ignota que lamentablemente conquisto
estas tierras. Fue la escultura de Cortes hecha por un norteamericano que quiso
vendérsela a los mexicanos. Más sabios que nosotros, los mexicanos rechazaron
semejante monumento a otro ignorante y se pretendió vender la escultura a los
extremeños que también la rechazaron. Finalmente, la escultura fue comprada por
un coleccionista peruano, y puesta al lado de la catedral para luego quedar
estática en la plazuela. A decir verdad y según José Antonia Gamarra, la
escultura es una aberración porque en realidad fue inspirada en un rey francés
de la época medieval. ¿Cuáles son las aberraciones? La escultura muestra una
armadura de dos siglos de diferencia, tiene yelmo de rey, espada desenvainada,
montura sin cincha y el moño del caballo como si fuera de polo.
Me fui solo al restaurante ya que mi jefe se quedó en la
oficina haciendo guardia al teléfono que bajo ninguna situación se podía quedar
sin contestar, según palabras explícitas de los dueños del banco, porque
nosotros éramos número uno en servicio al cliente, claro, si se entiende por
clientela a los amigos de los dueños y uno que otro mandamás del Gobierno
dictatorial y también, por qué no, alguna presentadora de televisión con el
pelo pintado de amarillo, con una billetera de por lo menos un millón, ni hablar
de nuevos soles, sólo dólares que eran depositados en una oficina en Gran
Caimán, o al menos esa era la idea porque en realidad la oficina se encontraba
en el sexto piso del edificio del centro. Lo único de caribeño que tenía era la
palmera de plástico al lado de la entrada, y donde la presentadora de
televisión se sentía regia como en el Gran Caimán y frente a una ejecutiva que
le manejaría la cartera, o billetera, y que ésta sí era rubia y la presentadora
le preguntaba cómo hacía para tener el pelo tan rubio y que por respuesta
obtenía, sólo me lavo el pelo con un champú normal, y la presentadora decía,
¡ay! pero es tan rubio mientras la ejecutiva de aquel banco se decía: todo lo
que tengo que soportar en este trabajo.
El restaurante de la plaza sin armas estaba repleto de
empleados del banco, muchos de ellos de la misma área. Trataba de no mirar a
nadie en particular porque prefería comer solo, para tener un momento de
meditación y tranquilidad. Con la bandeja de comida en las manos me dirigí a un
rincón donde había un lugar libre. Una vez allí empecé a comer el fettucini a lo Alfredo que era parte
del menú, más un vaso de chicha y una torta de chocolate. No la vi llegar
cuando ya Malena se había posicionado en el lado opuesto.
—No te molesto, verdad —dijo Malena.
—No, para nada, ya comiste —dije.
—Sólo una ensalada.
Muchos compañeros hubieran estado felices que Malena se
sentara con ellos a comer y después alardear de cualquier cosa que en realidad
nunca sucedió. A mí me parecía incómodo tenerla sentada frente a mí, no quería
compañía y además no sabía el motivo de su visita, aunque imaginaba algo de mí
quería.
—Por qué eres tan serio —dijo Malena.
—No lo sé. No me parece que lo sea, te has dado la impresión
equivocada —dije.
—Eres la única persona que no me habla.
—Qué vanidad la tuya, porque tendría que hablarte, en todo
caso existen otras personas alrededor, no solamente tú.
—Bueno tampoco es para que te pongas a la defensiva.
—No te conozco y ya me estás exigiendo cosas —titubeé—,
quizás tengas razón... perdóname.
No estaba obligado a seguir hablándole y podría haber
terminado la conversación en ese instante, pero me arrepentí, sentí que había
sido muy agresivo con ella, después de todo no podía ser intolerante con ella si
más adelante no quería que los demás fuesen intolerantes conmigo. Así que traté
de seguir una conversación respetuosa y alturada.
—No, en todo caso perdóname tú a mí, no quise ser indiscreta.
—Creo que sí lo fuiste, y yo fui un pesado.
—Entonces cada uno acepta sus culpas.
—A cada uno le cae lo que le cae —dije en un esfuerzo por ser
sutil y que pareció no dar resultado.
—Qué quieres decir con eso.
—....nada. Olvídate. Así que te gusta salirte con la tuya.
Ante esta apreciación Malena no dijo nada, se quedó esperando
que yo continuara.
—Quise decir que no paras hasta que consigues lo que quieres,
y lo que quieres es llamar la atención de la gente como una pequeña niña...
mira, no me caes mal porque no te conozco, lo poco que he visto de ti es que te
gusta capturar a la gente de la oficina y los demás se dejan capturar, en mi
caso trato de no darle lo que quiere a la gente que exige, como en tu caso.
Esta vez yo callé, esperando una réplica suya.
—Sí, tienes razón, has descrito algo que me caracteriza, no
creo que sea pecado —dijo Malena.
—Me imagino que no, y tampoco lo es el no corresponder a tus
encantos. La mayoría de los hombres en Banca Empresarial se mueren por ti, les
gustaría agarrarte contra la pared y rasgarte la ropa, por eso te hacen caso,
les gusta fantasear sobre algo que no pasará con ninguno de ellos, te lo
aseguro, porque la idea de alguien como tú es tener a todo el mundo tentado,
sin darles de comer. No me pareces una persona desagradable pero tampoco bonita
por dentro, por fuera puedes ser una belleza pero tu vanidad es tan grande que
opaca otras cualidades que puedas tener que yo considero complementarias e
importantes —dije.
—Quizás tengas razón, aunque yo no apunto a nadie con una
pistola para que hagan lo que yo quiera, yo soy como soy y si los demás me
siguen es decisión suya.
—Hace rato hubiera terminado esta conversación con alguien
como tú, lo que me incita a no hacerlo es que no tienes reparos en aceptar lo
que yo te digo, y eso demuestra algo de sinceridad. Al final conseguiste lo que
quisiste, pero te ha costado trabajo.
—Me diste curiosidad, quería saber por qué no me hacías caso,
y ahora que he hablado contigo me doy cuenta porqué, no eres como los demás.
—Creo que te equivocas de nuevo, soy bastante como los demás,
la única cosa que no soporto es la vanidad.
No estuvo mal la conversación hasta allí, fue algo profunda,
sin faltarle el respeto a aquella chica.
—Dime qué te parezco —dijo Malena sabiendo la respuesta de
antemano.
—No te entiendo —mentí.
—Qué te parezco físicamente.
Por segunda vez en aquel día tuve que mentirle a la misma
mujer, no lo hice descaradamente sino diciendo la verdad a medias, me
disgustaba tener que satisfacer su enorme vanidad. Tenía que admitir que no
estaba mal, era bastante buena y dueña de la estatura de una modelo y el
cuerpo lleno de curvas. Al igual que la mayoría de practicantes también había
soñado con tenerla a mi lado, salvo que en mi sueño nunca se llevaba a cabo
porque su fealdad interior era suficiente para apagar cualquier pasión en mí.
Aún en sueños donde uno logra cosas imposibles de realizar mi conciencia
aparecía a flote borrando todo lo que en un sueño debería pasar.
—Estás bien —le dije refiriéndome a su aspecto físico.
—Nada más bien.
—Okey, eres una chica simpática y maravillosa, algo más...
—Me basta por ahora.
—Bueno yo me tengo que ir, ya se acabó mi almuerzo. Vienes
conmigo.
—Sí.
Por supuesto que ésa no fue la última vez que la vi y que
además me preguntara por su físico. Después de conocerla bien no tuve reproches
en seguirle el juego, no tenía nada que perder y a veces mataba el tiempo con
ella en momentos que no tenía nada que hacer. Nunca dejó de ser coqueta y hasta
insinuarse de vez en cuando, pero no caí en su tela de araña, sabía que era una
calienta huevos, como ya lo
habían comprobado algunos. Las víctimas de Malena se esforzaban en arreglar la
situación diciendo que la dejaron plantada, aunque yo sabía que ella fue la que
los dejó, y no sólo porque ella me lo contaba fielmente como para ser su
portavoz oficial de que nada había pasado sino porque sabía que ésa era su
mejor arma que sólo guardaría cuando encontrara algún pretendiente bien
parecido y con mucho dinero.
Por suerte o por desgracia compartí una clase con ella, era
de Marketing. No era mi especialidad el Marketing, sabía cómo hacer un plan y ponerlo
en práctica, me era imposible vender la idea de un producto que ni siquiera me
interesaba. Para aquella oportunidad tuvimos una asignación. El profesor indicó
que se deberían formar grupos de dos o tres alumnos para elaborar el Plan de
Marketing de una compañía que nosotros deberíamos crear. Malena sentada en la
carpeta de atrás me remeció el hombro con fuerza.
—Qué te parece si formamos un grupo nosotros dos, tú eres el
único que conozco en esta clase.
Eso significaba horas de reuniones y juegos con ella, lo que
me parecía excelente porque necesitaba tener a alguien conocido con quien no
solamente estudiar, esta persona tenía que saber relajarse en momentos de
presión, y quien mejor que Malena para eso. En aquel ciclo de cuatro meses tuve
Malena para rato, la conocí mejor y le di más confianza, siempre guardando un
poquito de cordura, lo necesario para no ser un títere de sus estrategias.
Recuerdo que era un martes por la noche en el mes de octubre.
Nos reunimos en mi casa para terminar la segunda presentación de nuestro Plan
de Marketing para un servicio de jardinería. La noche como muchas en invierno
estaba fría y llena de cristales de agua. Lo espeso del ambiente y la poca
visibilidad le dan a estas noches de invierno un aspecto tétrico y desolador.
Malena estaba coqueta y altiva como siempre. Conversamos y discutimos cuál
sería nuestro público objetivo y el precio de nuestro servicio. Sabiendo que
Malena trabajaría lo menos posible le exigí lo más que pude para no tener que
ocuparme de todo, tenía suficientes asignaciones para ese semestre.
—Dime —le dije mirándola a los ojos—, tú realmente pondrías
un servicio de jardinería si tuvieras que hacerlo, después de todo para eso es
que estudiamos, para montar una empresa tarde o temprano.
—Me imagino que si tuviera que hacerlo, lo haría, pero ése no
es el caso. Es demasiado trabajo, preferiría algo con menos responsabilidades
—dijo Malena.
—Te refieres a un trabajo con menos responsabilidad, en el
que te paguen por algo específico.
—Si tuviera que saltearme la etapa del trabajo sería mejor.
—Malena, de algo tendrás que vivir.
—No si me consigo a alguien que lo haga por mí.
—Acaso te dedicarías a ser una ama de casa, después de
estudiar tanto me parece una tontería, mejor no hubieras estudiado.
—En la universidad no sólo se estudia tonto, también se
conoce gente y se forman nuevas relaciones.
—Conociéndote a ti tiene que ser un hombre muy simpático y
con mucha plata para que te mantenga de acuerdo a tu estilo de vida. Él te
quitaría la molestia de tener que trabajar, y tú qué le ofrecerías a cambio,
¿sexo?, lo puede conseguir en cualquier esquina y sabiendo lo engreída que eres
lo vas a volver loco.
—Le daría el gusto de casarse con Malena Denegri.
—Y luego las mujeres se quejan del machismo, si lo haces,
luego atente a las consecuencias.
—Por si acaso yo no me he quejado de nada papito.
Le dimos los últimos retoques a nuestro trabajo y lo
imprimimos. Conversamos un rato más hasta que la vinieron a recoger.
—Y ¿quién es tu nuevo chofer?
—Eso no te importa.
—Sólo te digo que si el galán te viene a recoger hoy, algo
querrá a cambio mañana. Ten cuidado con lo que haces con la gente, ojalá no te
perjudique algún día.
—No te preocupes, pero gracias, tú siempre tan precavido.
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